ROSTROS
Laura siempre se preguntó por qué todos lucimos tan
diferentes. Su creencia en la creación y en la grandeza del ser humano la
convencieron de que "así debe ser". Su
inquietud desde niña la cubrió de observación. No sabía dónde vendían zapatos
ni dónde su madre compraba el pan, pero recordaba cada facción que hacían del
dueño de la zapatería y del de la panadería, seres únicos e irrepetibles.
Se detuvo horas de un reloj a apreciar los gestos, los
ojos de sus maestros, el cabello de sus amigos, las sonrisas de sus seres
queridos, las manos de sus abuelos.
Creció creyendo que aún ni en los gemelos podría
encontrar igualdad infinita. Observando el cielo y un tiempo después, Laura descubrió que existe el Alma, y que al ser todos uno, lo que nos
diferencia es sólo el envase. Sus largas horas en
soledad, de café en café observando la gente pasar, y el Cielo haciendo sombra sobre su propio rostro, le darían la certeza
necesaria para su gran descubrimiento.
Parecidos, semejantes, ¿iguales?, homogéneos, diferentes… Buscó muchos adjetivos para encontrar las
respuestas a sus mil preguntas – muchas de las cuales siguen sin respuestas.
Todavía ella sigue mirando las Almas pasar, sonriendo a
cada rostro único que las reflejan.
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