PARIS JE T´AIME
Noviembre 2007.
Recibo un llamado de mi cuñada desde Argentina, quien apenas podía
hablar embobada por su propia emoción.
¡Había ganado un viaje por llamar a un 0800! Así de bizarro puede resultar el destino, a
veces…
Posibles destinos: Roma, París o El Cairo.
Luego de gritar, saltar, llorar y dejar salir nuestras
emociones a flote, decidimos consultar con el menor de la familia, que no
conocía ninguno de los tres destinos y allá estaba conmigo en Barcelona. Y si… por lo visto era la mejor opción,
porque aún con un año de anterioridad, decidimos que París sería el escenario
perfecto para juntar a los tres hermanos, que durante años no lograban unir
caminos en un mismo sitio.
Septiembre 2008. Como
ya conocía París, tomé un avión temprano aquel día para llegar con
anterioridad, ubicar nuestro nido y hacer los trámites necesarios con mi escaso
y pobre francés, para esperar a mis dos hermanos y sus familias. Al día de hoy, recuerdo ese viaje, París
desde las alturas sin desperdicio, y esa mañana hermosa en que la ciudad luz me
recibió con un sol brillante, un aire delicioso y las calles adornadas de todo
lo que mis ojos no hubieran imaginado esta vez.
Contaba con cinco horas libres hasta el gran encuentro. Mis cinco sentidos – seguro eran muchos más –
me acompañaron más que otras veces aquella mañana inolvidable. Así intentara con esfuerzo describir las
sensaciones y experiencias de esas horas, creo que no sería suficiente. Porque cinco horas son una eternidad cuando
se disfrutan tanto la Vida …
Mi hermano menor llegaría con su esposa desde otro destino
de Francia, por lo tanto nos encontraríamos en la puerta del hotel adónde aterrizaría
mi otro hermano con su familia. Mi
corazón explotaba de felicidad, creyendo que quizás me pellizcarían y
despertaría de golpe, pensando que había sido uno de los sueños más hermosos de
mi descanso nocturno. Sin embargo, a una
manzana del hotel en cuestión, encontré a un señor perdido - y tengo esta
bendita costumbre de creer pertenecer a cada lugar que pisan mis pies, aunque
no hable el idioma y lleve mapas en mis bolsos - por lo tanto “tuve” que frenar
mi andar, para hablar un par de minutos con este hombre griego. Luego de explicarle cómo llegar a Montmartre
(¿cómo sabía yo? ¡O el pobre hombre llegó a la Bretaña caminando!), continué
los 30 ms. que me separaban del hotel.
En cuanto pisé la puerta apareció mi hermano menor doblando la esquina,
con mi cuñada y sus dos pesadas mochilas al hombro. Hacía sólo una semana que no nos veíamos,
pero para mí había sido como un siglo y medio.
Los tres allí ansiosos sin sentido, no alcanzamos ni a contarnos la
semana de ausencias que ya vimos llegar una van blanca con 4 caritas repletas
de felicidad y un conductor que por lo visto ya venía lleno de anécdotas y transmitía
la misma cara de feliz cumpleaños que los pasajeros en cuestión.
Hacía dos años que no veía a esta familia, y estaban igual
de felices que cuando los dejé, sumando la emoción de semejante momento.
Lo que siguió en aquellos días, lo guardo como inmenso
tesoro en mi corazón. No sólo por
quienes ocuparon cada escena, sino por el placer que reviví en cada paisaje,
por la escenografía de una de las ciudades más exquisitas del mundo, por sus
aromas, sabores, y colores; y porque no puedo más que sentir gratitud por esos
momentos únicos donde pude soñar despierta con la ciudad luz en un encuentro
con mi hermosa familia.
Fuimos siete niños disfrutando y viviendo París
Fueron días inolvidables porque ya no vuelven
Fueron noches despiertos porque dormir no estaba en los
planes
Fueron sueños diferentes y silenciosos, concretándose juntos
y con risas
Fue amar París y al día de hoy sentirla palpable con cada
recuerdo, intacto, brillante, ardiendo… esperando.