"...
Cerró el ventanal, dejó a Cerati fluir y bajó un rato a caminar. La luna
reflejaba su luz entera en el mar calmo y silencioso junto al casco antiguo. Y
las estrellas se mezclaban con las luces en lo alto del pueblo. La imagen
extasiaba las miradas de los primeros turistas que llegaban al pueblo en esa
época del año. Se detenían en el paseo solo a mirar la postal, haciendo
malabares con sus cámaras fotográficas para captar la línea del horizonte donde
el cielo se junta con el mar, tantas veces sin
definición, que la luna esa noche les mostraba como un espectáculo callejero.
Ella los observaba de lejos... El agua cálida del mar le permitía mojar sus
pies en la penumbra, caminar descalza y respirar la noche, momentos donde la
nada se convertía en todo. La luna, el agua, las estrellas, la arena fresca y
las formas de los peces saltando como sombras chinescas por delante de la
pantalla redonda en el cielo. Y el silencio… el silencio penetrante de la
naturaleza que adormecía al diablo, a la mente cansina, al televisor personal,
al torbellino inquieto de dudas y preguntas sin respuestas, a las voces ajenas,
al debe y el haber, a los reclamos e injusticias, a la tristeza que invade sin
permiso y sin querer..."
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