lunes, 11 de mayo de 2015

Amor de Juventud

Miré a través de la mirilla de un ventanal que da a un gran patio interno, en un antiguo edificio de la ciudad condal. Recién llego y observo a mi izquierda la vida pasar a unos cuantos metros por debajo de mi silueta, en las calles arropadas de aroma a turismo, primavera y gritos de juventud.  A mi derecha, el ventanal me regala un patio interno donde se funden un par de enredaderas y flores sin aroma. La encuentro con mi mirada sin que me descubra: elegante con su vestido floreado y su melena gris adornada con una hebilla color café, sostiene en sus manos un libro añejo, de tapa amarilla y naranja, donde se esconden versos que alguna vez recibió de otras manos. Él camina lento hacia ella, apareciendo como un fantasma desde algún lugar que no alcanzo a ver, una puerta secreta de algún apartamento en planta baja. Él la mira sosteniéndole la barbilla, dejando su sombrero negro a un costado del árbol más frondoso, esperando encontrar sus ojos, perdidos durante tantos años en un geriátrico de mala muerte, ansioso por regalarle un poco de vida, del amor que alguna vez le tuvo en su juventud, cuando las cenizas de sus cabellos eran látigos morenos de brillo y éxtasis, cuando aún podía recordar su nombre y sentir su cuerpo vibrar junto al suyo.  Extendió sus manos, le tomó el rostro y le acercó su boca envejecida por tantos cigarros y tazas de café que los bares le habían permitido saborear.  Ella lo miró sin asombro pero sonrió.  Sus ojos brillaron de golpe, sin aviso, tal vez atinando alguna incipiente lágrima. Su boca respiró del letargo el Alzheimer, y pude oír su voz repleta de experiencia y juventud: “Amor… has venido a verme, por fin”.
– Poli Impelli –

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