viernes, 24 de marzo de 2017

Veintisiete

Aunque la vida supiera cuánto de lo vivido queda en el recuerdo… ¿acaso te habló al oído para contarte lo prohibido?
¿Qué sabías tú de mi corazón enérgico y partido, y en qué momento me perdí el cuento que yo no había vivido?
Si de revolver se trata esta vida ingrata, prefiero recordar lo que no recuerdo para traerte desde el olvido.  Y te juro por mi vida toda que intento recordarme y recordarte, pero es tanto el tiempo, el camino y el agua bajo el río que no logro verte ni mirarme.
Si ella te habló al oído, olvidó contarte que ya no duermo como antes, que ahora tengo un par de historias más encima y que mi cuerpo ya no es el mismo. Tal vez vino ella a engañarte, a decirte que soy la misma que besaste y arropaste en una esquina, y quizá te duela o te deleite la paciencia que hoy tienen mis años.
La vida juega a las escondidas y susurra, luego grita. Pero, por favor, no olvides preguntarle qué he vivido: si ella se esconde, no querrá hablarte de mis viajes, de mis lágrimas y las manos que me abandonaron en algún camino; si es más sabia, te hará un hueco de su tiempo para mostrarte que esas mismas manos me enseñaron de fracasos y de atinos, que las distancias elevaron mi asombro, llenaron de arrugas mi rostro y fortalecieron mi destino. Querrá decirte, bien bajito y no sin cierta timidez, que en tu presencia alguna de mis lágrimas volvieron, arrastrándome a esa vieja esquina que me ha costado tanto recordar pero no olvido.
Si la vida no te miente, te contará que cuando cierro mi maleta aplasto el cuerpo encima, para que el pasado no me pese y quede espacio para otra bienvenida. Te contará que llevo conmigo lo mejor de lo vivido, que exprimo instantes y momentos para que quepan entre las medias y el abrigo, que escondo palabras entre mis libros, que escribo todo lo que vivo.
Te dirá riendo que jamás puedo saber qué me depara el destino, que ando suelta vistiendo lo puesto, que ya no necesito lo que otros tienen y que cada mano que roza mis labios sabe a deleite compartido. Te dirá que mi corazón se parte y se retuerce en cada despedida, para luego juntar pedazos y sonreír con la esperanza en alto y su sangre cicatrizando heridas.
Seguramente haga una pausa, te mire de frente y te cuente algún secreto: que no esperaba tu visita, tu cercanía ni este encuentro. Te dirá que mi soberbia se disfraza de estupidez cuando desea, pero que mi corazón es grande y bueno; que doy y doy hasta el cansancio a quien a veces poco lo merece, para luego darme cuenta que no estaba dando nada a quien de golpe me engrandece.
Tragará saliva y se acercará a tu oído, te pedirá que no me cuentes lo que ella no quiere silenciar; te sorprenderá que también te hable de ti y te recuerde que vales más de lo que muestras, que nadie sabe lo que yo puedo saber, y que me vale con guardarlo en mi conciencia. La mirarás pasmado, sin entender el cotilleo: ¿De qué hablas, vida ingrata, si esperé casi una vida para tener lo que ahora tengo? Si viste traje de sabia, ella sabrá hacer silencio. Respirará profundo y te pedirá que me mires a los ojos, que observes quien he sido y quien soy hoy; que dibujes un puente imaginario entre tus recuerdos y los veintisiete que te separaron de mi ser, para ver qué hay hoy y qué me llevo entre las medias y mi abrigo.
Y después de verte,
de escucharte y de observar cómo me miras;
de saber que fui un fantasma sin olvido,
de soñarme entre tus labios
de dormirme con tu cuerpo
y de dejarme arrastrar al infinito…
Dime que la vida te cuenta algo más,
algo que yo no sepa y que no quede
bajo el puente, en algún lugar perdido.
Si finalmente te habla, cuéntale que yo también
te miro diferente, que no equivoqué el camino
y que mi locura me acercó de a poco
hacia tus pasos, a los recuerdos
que yo bien guardaba en el olvido.

Cuéntale que ya nada me da miedo,
que con el tiempo tengo más espacio en mis maletas,
y que prometo no olvidar jamás tus ojos ni los míos.
Dile que yo voy, que vengo, que vuelo y que me pierdo,
pero que nunca olvido el valor de los detalles,
mucho menos las manos que me rozan con amor,
con respeto y con delirio.
Pídele que no haga preguntas
porque no tengo respuestas,
y que si ella es una sola y ya está escrita,
yo la desafío reescribiendo en cada puerto y cada esquina.

Pregúntale por último si puedo contarte hoy un secreto;
me haré dueña de mi pluma y no le pediré permiso,
sólo espera a que ella te susurre un sí
para escuchar mi voz cerca de tu oído:
entre tantas voces que deliran
y no saben ni quién eres ni quién soy,
encontrarte y encontrarme yo a tu lado
fue un remanso en mi destino.
Fue un regalo que me llevo,
un lugar bien merecido,
un acierto de tu espera
y caricia eterna a mis sentidos.

Ya no le pidas permiso a la vida,
deja que te cuente yo lo que aprendí en los veintisiete;
que aunque está de moda amar en cuotas,
yo prefiero la soledad bien entendida.
Que mi alma brilla por sí misma,
y que no entrego sin amor mi tiempo, las palabras y la vida.
Que volviste para recordarme cuánto vivo,
y que verte vivo me recuerda mi existencia.
Ni que te hubiera hablado al oído
para contarte lo prohibido…
Que cada caricia de tus labios
me eleva al cielo de mujer,
que cada mirada tuya
me recuerda aquella esquina;
que cada abrazo tuyo era infinito también,
pero yo no lo sabía.
Que veintisiete no es nada,
pero que es mucho para quien espera,
desea y ansía.

Cuéntale por fin a la vida
que tú y yo nos entendemos;
en silencio, entre recuerdos
y apretujando maletas
para reír y llorar
si existen despedidas…

−Poli Impelli−

No hay comentarios:

Publicar un comentario